El genio y el arqueólogo 29 de agosto de 2023 —Estás condenado a trabajar por toda la eternidad—dijo el Genio Maligno que surgió de la lámpara tras haber dejado caer una gota de aceite en su interior. —Pero Señor, ¿cómo podría saber que en el interior de esta lámpara habría...
Cómo arruinar tu vida
14 de julio de 2023
Estaba en una ciudad desconocida, por alguna razón había despertado en casa de una amiga, pero era momento de irme. Mis pensamientos no eran claros, era como si estuviera drogado o borracho, pero no recuerdo haber ingerido ningún tipo de sustancia, quizá solo era la somnolencia.
Tomo un taxi, pido que me lleve a la terminal de autobuses, cuando de repente agacho la mirada para percatarme que no traigo pantalones. ¡Pero qué demonios me ha pasado! Y para acabarla de fregar traigo los calzoncillos más guangos del closet, unos verdes limón fluorescentes. ¡Qué vergüenza!
Aturdido, bajo del taxi, busco rápidamente en mi mochila escolar, mi pantalón caqui de toda la vida, y hago un esfuerzo por ponérmelos lo más rápido posible, antes de que alguien me vea en tremendas fachas. Aunque ahora que lo pienso, nada debería importarme, pues nadie de aquí me conoce. Mas hay que cuidar la imagen de cualquier posible espectador.
Agarro mi teléfono, pues eso nunca falta, y entro corriendo a la terminal.
—Señorita, por favor, cheque a que hora sale mi camión—reclame sutilmente a la cajera.
—Señor, su autobús sale hasta las 7 de la noche, apenas son las 10 A.M.—respondió.
Veo hacia la ventana que da a la calle, el taxista bajó y le entregó algo al gerente, que más que gerente parece proxeneta, pero quién soy yo para juzgar las apariencias de un profesionista.
Agradecí a la cajera, y salí al encuentro del taxista. Con las prisas recuerdo no haberle pagado, y no solo eso, sino que he dejado mi mochila en el vehículo, en ella mi cartera y mi ropa.
Llego a la puerta del carro, y el taxista acelera.
—¡Mis cosas!—Grite efusivamente.
—¿Todo bien caballero?—pregunto el gerente, con un rostro que aparentaba preocupación, pero al mismo tiempo transmitía tener todo bajo control.
—No, mis cosas se las ha llevado el taxista, ahí está mi mochila y mi abrigo. Al menos traigo el boleto conmigo—.
—¡Ah! Con que es eso. No debe preocuparse, el taxista es un conocido, de hecho fue a buscar algo que le he encargado, volverá—respondió con completa serenidad.
No habían pasado ni diez minutos desde el suceso, cuando de pronto se aproxima el taxista en un Tsuru blanco, y con dos personas de pasajeros.
Me aproximo rápidamente a la ventana del copiloto.
—¡Hey amigo! Mis cosas las he dejado en tu carro, y ni tiempo he tenido para pagarte—.
—Lo siento, no tengo tu tiempo—añadió molesto—has tardado demasiado, debo transitar y así ganar algo de dinero, sino que le llevaré de comer a mis hijos. Como pago he tomado tu mochila y tu abrigo, están ahora en mi casa—.
Tras una pequeña discusión y otro acelerón, el taxista le entregó su mandado al gerente y se marchó con la intención de no regresar.
Asustado, pero decidido a no quedarme en esa situación, me acerco nuevamente a la ventanilla para tratar de convencer a la cajera que cuidara mi boleto. Evidentemente, eso no se lo permite la empresa, pues no quieren hacerse responsables por lo que pueda pasarle a ese trozo de papel, sin embargo, tras explicarle mi situación, llegamos a la conclusión que no tendré lugar donde guardarlo y que estaba más seguro en su taquilla que en mi bolsillo. Accedió, lo colgó en la ventanilla en una especie de tendedero de notas con una pinza para ropa.
Una vez mi boleto se encontraba seguro, fui hacia el gerente (que, a ese punto, por lo que le entregó el taxista, con toda seguridad, era un proxeneta) y le pregunte que si tenía forma para contactarme con aquel sujeto. Me dijo que sí, accedió sin ninguna objeción dándome su número de teléfono personal.
Al instante le marco desde mi celular, sin medir consecuencia alguna, lo amenazo, sin ningún sustento de por medio, pero accede.
—Estoy algo lejos de la terminal, si quieres ir a mi casa por las cosas, ahí le pagas a mi mujer lo del viaje, y ella te las entregará. —contesto en la llamada.
—De acuerdo—agregué, para luego percatarme que ya había colgado—.
Me dirijo apresurado hacia la dirección, la cual no estaba tan lejana: cinco cuadras al este, dos cuadras al sur. Lo lúgubre eran las calles de aquella ciudad, pese a que no se encontraban en mal estado, había tantos árboles que tapaban gran parte de la luz solar. Fue un recorrido sin bochorno, pero admito que iba aterrado por tan poca iluminación, sabiendo que era medio día.
Al llegar, para mi sorpresa, se encuentra el taxista y el proxeneta en la puerta de aquella construcción en obra negra.
—¿De verdad pensabas que te devolvería tus cosas sin algo a cambio?—Vociferó el taxista con tono burlesco y macabro.
—Claro que no, por eso pensaba pagar el viaje. — Respondí ingenuamente.
Tras un instante de milésimas llegó la lucidez a mí, me están asaltando, estuvo planeado desde el principio. Anoche salí del trabajo, después de unas copas, una mujer que creía conocer me invito más tragos, a lo que accedí sin más, solo por sexo, maldita sea. Recuerdo algún comentario de un viaje, pero entonces,
—¿cuánto tiempo estuve drogado?—pregunté en voz alta.
—3 días—respondió el proxeneta.
—¿Y qué pasó en ese tiempo?—Agregué confundido y temeroso de la respuesta.
Has embarazado a 10 de mis putas, y tengo la esperanza que todas ellas sean mujeres, porque ahora el gobierno ha limitado más mi negocio, hay menos mujeres en las calles, pero los hombres siguen consumiendo pornografía y siguen queriendo sexo servidoras. La demanda está, pero ya no tengo la oferta suficiente. Este es el nuevo negocio, hacerlas putas desde el día de su concepción.
Sin haber terminado de escuchar su discurso sobre la economía de las prostitutas y el negocio del sexo, corrí, arrebatándoles mi mochila, corrí como jamás había corrido en mi puta vida. Sin importarme siquiera hacia donde me dirigía, solo corrí, más no de la muerte, pues ya me sentía muerto, sino del asco que sentí al darme cuenta de que yo también había sido parte de aquel negocio, y no hablo de haber embarazado a aquellas pobres mujeres, sino de todas las veces que me masturbe frente al computador o al celular con aquel contenido del cual desconocía su procedencia.
Quizá hoy huya de la muerte que puedan darme estas personas, pero jamás me volveré a sentirme vivo.