El genio y el arqueólogo

29 de agosto de 2023

—Estás condenado a trabajar por toda la eternidad—dijo el Genio Maligno que surgió de la lámpara tras haber dejado caer una gota de aceite en su interior.

—Pero Señor, ¿cómo podría saber que en el interior de esta lámpara habría algo más que óxido, fruto del tiempo que ha pasado en esta vieja ruina?—respondió el joven, pero astuto arqueólogo—.

—Eres un joven educado e inteligente, pero mi condena sigue en pie, puesto que, si fueras más prudente, te habrías dado cuenta que, la lámpara de la cual soy prisionero no es una lámpara común—.

—Ahora lo veo, ya que has salido, pero dime, Genio, ¿de qué trata mi condena?—.

—Trabajar, trabajar y trabajar, hasta que no puedas hacerlo más—.

—Entiendo, Señor, a lo que usted se refiere, sin embargo, quisiera saber más detalles acerca de mi condena, ya que, antes de su castigo, yo ya me veía en la obligación de trabajar hasta el fin de mis días—respondió con un tono ingenuo—.

—¿Cómo? ¿Eres un esclavo?—preguntó el Genio, el cual al haber sido prisionero por más de cinco mil años no entendía muchas cosas del mundo moderno—.

—No, la esclavitud fue abolida hace mucho tiempo, los derechos humanos impiden en la mayoría de los países aquello a lo que llamas esclavitud—respondió el arqueólogo, como si de pregunta de examen se tratara—.

—Entonces, si no eres esclavo, ¿por qué dices que ya estabas condenado a trabajar por toda la vida?—.

—Es un tema algo complicado—.

—Explícame, por favor, el hecho de que sea un genio no me hace omnisciente, lo último que supe fue que babilonia era la ciudad más rica, de todo lo que los humanos conocían como el mundo—.

—Pues mi Señor, de eso ha pasado mucho tiempo. Ahora conocemos mucho más del globo, y del universo—.

—¿Universo? Vaya que si tomé una siesta muy larga—interrumpió mientras reía—.

—Qué te puedo decir, hemos avanzado mucho como sociedad, sin embargo, si quieres triunfar en esta nueva etapa de la humanidad, tienes que intercambiar tu tiempo y esfuerzo por dinero, pero el problema es que algunas personas, cómo yo, se endeudan en su juventud para poder terminar los estudios, por enfermedad o por cualquier otro motivo. Lo cual te obliga a trabajar hasta avanzada edad, con la única esperanza de recibir una justa pensión, que tus hijos se apiaden de ti en tus etapas más difíciles, o morir joven y no tener que preocuparte por eso—.

—Querido amigo, yo no encuentro culpa alguna en ti, no creo que haya castigo más vil que el que tú y tu generación deben pagar—.

—Tal vez tienes razón, Genio, sin embargo, que haríamos si todos fuéramos ricos y sin preocupaciones en el mundo, ¿qué sentido tendría la vida?—.

—Ese será tu castigo entonces—respondió con voz gruesa y retumbante—serás rico, y estarás condenado a no tener que trabajar nunca más por dinero—.

—Señor Genio, por más que me alague su castigo, no lo entiendo, ¿quién sería infeliz cuando trabajar no es una necesidad?—replicó el joven arqueólogo totalmente desconcertado—.

—Los castigos tienen como propósito el aprendizaje, en ocasiones del individuo, en otras de la humanidad. Te he liberado de ser esclavo del trabajo, pero, en cambio, te he entregado a un amo que es mucho más exigente, la riqueza—tras decir esas palabras desapareció el Genio junto con su lámpara—.

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