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Iván Góngora

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Hoy apague la mente

Publicada el 12 de julio de 202223 de julio de 2022 por Iván Góngora

Hoy apague la mente, creía la razón que predicaba, como quién tenía toda la verdad, pero en profunda soledad me pregunte muy seriamente: ¿De qué me sirve la absolutidad? Si esta no me otorga felicidad.

¡¿Qué importa si quiero creer en el amor eterno?! En algo se habrá basado Disney, y aunque sea producto de la imaginación de un bello autor ¿No tendrá acaso él la razón? La razón, quizá, de apagar la conciencia y encender algo más poderoso que ella.

Debo admitir que a veces quiero gritar al cielo que me recuerde porque tenías que irte de mi vida. Pienso en ocasiones que alguna falta cometí y Dios me ha castigado con tu ausencia, ¿tan alto fue mi agravio? Seguramente de igual magnitud que con la bondad que habré cometido para que Él me permitiera haberte encontrado siquiera.Me gustaría maldecir a mi suerte, lamentablemente a mi parecer es inexistente, que suertuda ha sido, pues así no podre acusarla de culpable.

Me encantaría poder volver el tiempo atrás, tener uno solo de tus besos otra vez, de haber sabido que era el último te hubiese besado con más intensidad, si tan solo mi ángel de la guarda me hubiese advertido que te perdería, tal vez hoy aún te tendría, pero Dios le pidió que se callara, para que en tus labios comprendiera que jamás estamos seguros de un mañana.

Te extraño, y si deje de hablar fue porque no soportaba la realidad, de repente se armaba un complot en mi contra. Cada día me recuerda que debí haberte besado más, debí haberte dado más, debí haber orado más, y el castigo divino por mi olvido ahora es tener que olvidarte.

Quizá no haya lógica en mis palabras, y por obvias razones, esto es algo que no te diría si no hubiese callado a la razón, pero ¿Quieres saber quien te habla? Es sencillo, solo recuerda quien quiso quedarse contigo aquella noche cuando todo acababa, cuando la aurora se apagaba, y se moría. Cuando sin quererlo me veía obligado a olvidarte, y dentro del ejercicio de mi olvido preferí rogarte. Lástima, era demasiado tarde, y sí, adivinaste, es el corazón quien remite este mensaje.

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